jueves, 29 de abril de 2010

PARA ENSEÑAR NO BASTA CON SABER LA ASIGNATURA



El aumento de los conocimientos sobre una parcela de la realidad no implica que la actuación sobre ella se modifique. Conocer algo no implica poder aplicarlo. Por eso, en la actualidad, el aumento de los conocimientos sobre determinados fe­nómenos físicos o sociales no implica que se produzcan cambios cualitativos en torno a ellos.

Lo mismo sucede con alguien que, una vez terminada su carrera universitaria, y con la autoimagen de especialista o estudioso de una disciplina, pre­tende transformarse en enseñante. El primer estado no deviene automáticamente en el segundo y no conlleva que pueda asumirse con garantías de éxito. Los problemas y las peculiaridades a las que se ha de enfrentar un licenciado que pretende actuar como docente hacen que los conocimientos adquiridos en una especialidad universitaria no resulten, por sí mismos, aplicables en su función de enseñante.

Este inicio argumental actúa como reclamo, casi como reivindicación, de una formación específica para quienes se han de dedicar a la enseñanza, más allá del dominio de su disciplina. Y ello, por razones relativas a la tarea a desarrollar en la escuela y por la problemática que encierra la propia constitución de los saberes que se han de enseñar.

A lo anterior habría que añadir que, en ocasiones, los cono­cimientos aportados por algunas disciplinas como la Psicolo­gía, la Sociología, la Antropología... pueden estar en contraposición con las creencias y visiones de las personas especia­listas en las materias que se enseñan en la escuela. Éstas, para no entrar en conflicto, los desechan con el argumento de que provienen de unas posturas ideológicas determinadas o que no son relevantes en relación con la transmisión de información de las materias que imparten.

Pero además, el hecho que un individuo o un grupo tenga asimilado el discurso de una determinada disciplina, no impli­ca que este conocimiento pueda traspasarse simple y automáticamente a su comportamiento personal o profesional.

Que una persona sepa que las minorías de cualquier tipo no son, en principio, mejo­res ni peores que la mayoría, ni más ni menos inteligentes, no garantiza su comportamiento con estas minorías.

Que un do­cente haya estudiado e, incluso experimentado, que distintos es­tudiantes tienen estilos diferentes de aprender es condición necesaria, pero no suficiente, para que su estrategia de enseñan­za lo refleje.

Que un enseñante tenga una determinada con­cepción sobre cómo se ha de secuenciar la presentación de los conocimientos de una disciplina no supone que esta ordena­ción sea la que el alumnado capte mejor, ni que se adecue a su estilo cognitivo o al sistema de aprendizaje que haya adquirido en anteriores etapas de su escolarización.

Por todo ello, y esto es de importancia capital para la for­mación del profesorado y para quienes se plantean la posibili­dad de ser enseñantes, saber la materia que se va a impartir, si bien es absolutamente necesario, no es condición suficiente para lograr o propiciar el aprendizaje del alumnado.

Pero todavía es posible perfilar más esta idea. Aunque se hayan estudiado las teorías evolutivas de Piaget o Wallon, se conozca la importan­cia de tener en cuenta el papel del entorno cultural y social para el desarrollo cognitivo del alumnado y se tenga información sobre todos los modelos conocidos de enseñanza y apren­dizaje, no existe la seguridad de que la práctica docente pueda por ello mejorar. Si esto no fuera así, los psicólogos y los pe­dagogos serían los mejores profesores, pero la experiencia demuestra que no es siempre cierto y que conocer algo no quiere decir poder utilizarlo.

Todo lo anterior nos lleva a reiterar que no tiene por qué darse una correspondencia entre los conocimientos disciplina­res de los enseñantes y su práctica profesional, debido, entre otras, a las siguientes razones:

1. No existe una conexión directa entre los conocimientos disciplinares y las teorías implícitas de un docente sobre los diferentes fenómenos que ocurren en el aula y en el centro.
2. El carácter emergente, es decir imprevisible y momentá­neo, de las situaciones de enseñanza y aprendizaje dificulta la actividad reflexiva del profesorado cuando se encuentra en la práctica de la clase.
3. Es necesario contar con recursos conceptuales y metodo­lógicos que ayuden a entender e intervenir en situaciones educativas que son siempre singulares y, por definición, com­plejas.

Estas necesidades no pueden solucionarse desde un mero traspaso de información, aunque ésta tenga lugar en un proce­so de formación reflexiva. Se hace necesario vincular la formación con la reflexión y ambas con la investigación sobre la ac­ción. Lo cual resulta extremadamente difícil, sobre todo para el profesorado que comienza, que está más pendiente de cu­brir adecuadamente el tiempo de relación con los estudiantes que de reconocer los efectos que se producen en dicha interacción.

La línea de formación que nos proponemos desarrollar es fundamentalmente interdisciplinar y reflexiva, en la medida en que se tiende un puente desde las aportaciones de distintas disciplinas hasta su aplicación o vinculación con los problemas de la organización y transmisión de la informa­ción en la escuela, de manera que aquélla se convierta en co­nocimiento para el alumnado. Esta relación entre conocimien­tos elaborados desde diferentes ámbitos de estudio y la educa­ción escolar nos lleva a considerar, por una parte, diferentes aspectos que conforman el sentido complejo de la educación escolar, más allá de la mera transmisión disciplinar y, por otra, a situar los aspectos más pertinentes para la compren­sión de la interacción entre el profesorado y el alumnado, en­tre la enseñanza y el aprendizaje. Vinculado todo ello a ejem­plos que puedan servir de pautas de referencia y no de norma, para quienes pretenden aproximarse al ejercicio profesional de la docencia.

Pero, además de los aspectos reseñados que explicitan la ne­cesidad de una formación psicopedagógica para el profesorado, más allá del dominio de la disciplina de su li­cenciatura, hay otros factores que hemos tenido en cuenta a la hora de definir la línea argumental de este texto, que son espe­cíficos de la enseñanza escolar como parte de un sistema más amplio, el sistema educativo, y de los problemas y decisiones que afectan dentro de él al profesorado.
RECUERDAS LOS TRES ASPECTOS FUNDAMENTALES PARA SER UN PROFESIONAL DE LA EDUCACIÓN: EL PRIMERO, EL SEGUNDO Y EL....


martes, 20 de abril de 2010

LA EDUCACIÓN A DEBATE



¿Nos hace ser, lo que vestimos?
Hermes Castañeda Caudana
En conversaciones informales, varios colegas expresan cómo ciertas veces, han sido
identificados por personas que no les conocen, como maestras o maestros, incluso, cuando no
llevan consigo el portafolio o los libros de texto bajo el brazo, que los delaten como tales. De
igual manera, en cierta ocasión un docente de educación básica, fan de las camisas Zara,
comentaba entre pares, que más de una vez, colegas le han señalado que “no viste como
maestro”, experiencias, que no suelen considerarse trascendentes, pero que parecen indicarnos
que, en efecto, cierta forma de vestir es común en nuestra profesión, sin embargo, ¿cómo
llegamos a esta coincidencia? En los años recientes, especialistas como Linda Grant, se
dedican a analizar el tema de la ropa y lo que significa, parte de lo cual, plantea en su novela
“La ropa que vestimos”, donde un tío indeseable para la familia de Vivien, protagonista de la
trama, se presenta un día, con un traje impactante y un reloj de diamantes en la muñeca,
provisto de “un disfraz” que le hace “ser otro”, distinto del que estuvo preso, calificado como
“el rostro de la maldad”, por racista, así como por aprovecharse de la necesidad de cobijo de
aquellos a quienes rentaba departamentos de su propiedad, en condiciones terribles. En nuestra
cultura popular, al respecto existe el dicho que reza, “como te ven te tratan”, que alude
precisamente a la importancia social de la ropa con que nos ataviamos, en nuestras relaciones
cotidianas con las y los demás, ello, lleva implícita la suposición de que, así como “somos lo
que comemos”, “nos hace ser, lo que vestimos”. Eso que vestimos, rebasa en mucho su
función original, de brindarnos protección contra las inclemencias del tiempo, por lo contrario,
materializa en algodón, mezclilla, seda, lino y otros materiales, parte de la identidad, porque
no es lo mismo ser sorprendido un jueves en el tianguis eligiendo una camisa con que
encontraremos vestido a alguien más en la disco del sábado, que utilizar las bolsas de “El
palacio de hierro”, para guardar objetos con que nos pasearemos en el zócalo, con la intención
de que alguien infiera dónde compramos, cuando menos, la ropa interior que portamos. Otros
dicen que “la ropa no hace a la gente”, pero lo cierto es que prevalecen muchos prejuicios
asociados con el vestir, que median nuestras interacciones, por ejemplo, si algún varón
profesionista es travesti, a menos que trabaje en algún show que le exija vestirse de mujer, no
sería “bien visto” por la mayoría, de presentarse a trabajar del mismo modo, como médico o
abogado, ni tampoco lo haría, porque las normas que dicta el sentido común no necesitan
escribirse para ser acatadas, las asumimos llanamente, sin siquiera reflexionarlas. He conocido
maestros que llegan a clase en jeans y con el pelo largo, ¿debe asumirse que son mejores
pedagogos quienes anudan con presteza su corbata y usan un pantalón almidonado?
Indudablemente, la ropa se asocia con la identidad, y como planta parásita, el imaginario
colectivo se la adhiere, fijándonos corsés que determinan cómo debemos lucir y ante quien,
como si la ropa que vestimos implicara una metamorfosis, nos cambiara de fuera adentro, nos
convirtiera en otra persona, todo por no olvidar jamás, que siempre hay alguien mirando. Y
usted, estimado lector, ¿qué ropa viste? Esperamos sus aportes y comentarios.