¿Nos hace ser, lo que vestimos?
Hermes Castañeda Caudana
En conversaciones informales, varios colegas expresan cómo ciertas veces, han sido
identificados por personas que no les conocen, como maestras o maestros, incluso, cuando no
llevan consigo el portafolio o los libros de texto bajo el brazo, que los delaten como tales. De
igual manera, en cierta ocasión un docente de educación básica, fan de las camisas Zara,
comentaba entre pares, que más de una vez, colegas le han señalado que “no viste como
maestro”, experiencias, que no suelen considerarse trascendentes, pero que parecen indicarnos
que, en efecto, cierta forma de vestir es común en nuestra profesión, sin embargo, ¿cómo
llegamos a esta coincidencia? En los años recientes, especialistas como Linda Grant, se
dedican a analizar el tema de la ropa y lo que significa, parte de lo cual, plantea en su novela
“La ropa que vestimos”, donde un tío indeseable para la familia de Vivien, protagonista de la
trama, se presenta un día, con un traje impactante y un reloj de diamantes en la muñeca,
provisto de “un disfraz” que le hace “ser otro”, distinto del que estuvo preso, calificado como
“el rostro de la maldad”, por racista, así como por aprovecharse de la necesidad de cobijo de
aquellos a quienes rentaba departamentos de su propiedad, en condiciones terribles. En nuestra
cultura popular, al respecto existe el dicho que reza, “como te ven te tratan”, que alude
precisamente a la importancia social de la ropa con que nos ataviamos, en nuestras relaciones
cotidianas con las y los demás, ello, lleva implícita la suposición de que, así como “somos lo
que comemos”, “nos hace ser, lo que vestimos”. Eso que vestimos, rebasa en mucho su
función original, de brindarnos protección contra las inclemencias del tiempo, por lo contrario,
materializa en algodón, mezclilla, seda, lino y otros materiales, parte de la identidad, porque
no es lo mismo ser sorprendido un jueves en el tianguis eligiendo una camisa con que
encontraremos vestido a alguien más en la disco del sábado, que utilizar las bolsas de “El
palacio de hierro”, para guardar objetos con que nos pasearemos en el zócalo, con la intención
de que alguien infiera dónde compramos, cuando menos, la ropa interior que portamos. Otros
dicen que “la ropa no hace a la gente”, pero lo cierto es que prevalecen muchos prejuicios
asociados con el vestir, que median nuestras interacciones, por ejemplo, si algún varón
profesionista es travesti, a menos que trabaje en algún show que le exija vestirse de mujer, no
sería “bien visto” por la mayoría, de presentarse a trabajar del mismo modo, como médico o
abogado, ni tampoco lo haría, porque las normas que dicta el sentido común no necesitan
escribirse para ser acatadas, las asumimos llanamente, sin siquiera reflexionarlas. He conocido
maestros que llegan a clase en jeans y con el pelo largo, ¿debe asumirse que son mejores
pedagogos quienes anudan con presteza su corbata y usan un pantalón almidonado?
Indudablemente, la ropa se asocia con la identidad, y como planta parásita, el imaginario
colectivo se la adhiere, fijándonos corsés que determinan cómo debemos lucir y ante quien,
como si la ropa que vestimos implicara una metamorfosis, nos cambiara de fuera adentro, nos
convirtiera en otra persona, todo por no olvidar jamás, que siempre hay alguien mirando. Y
usted, estimado lector, ¿qué ropa viste? Esperamos sus aportes y comentarios.